viernes, 18 de julio de 2008

Amigos...

Alex Campos Amigos

Mi niñez... maravilloso Serrat

Serrat...

Amigo mío

letra y música: Joan Manuel Serrat



Amigo mío que
desde que el tiempo fue
tiempo, vas sembrando guijarros
por donde es plomo el sol
y es tan espeso el polvo
del camino, que embarra el canto.

Si al ir manso a doblar
un recodo hacia el mar
vieses los ojos de esa muchacha,
detén tus aguas y
pregúntale si
se acuerda de mí.

Si la ves en primavera,
corre con ella
por los trigales,
arrancando amapolas, avena y grama
para adornar el jarrón que hay junto a su cama.

Si la ves cuando el verano,
corre su mano
seca y calina,
mécela entre tus brazos frescos de río.
Y vuelve para contármelo amigo mío.

Si al ir manso a doblar
un recodo hacia el mar
vieses los ojos de esa muchacha,
detén tus aguas y
pregúntale si
se acuerda de mí.

Si la ves cuando el otoño,
te hace ancho y hondo
y sueña el barbecho,
cuéntale que la llevo como el abrojo,
prendida en el pelo, el alma, el vientre y los ojos.

Si la ves cuando el invierno,
viste su terno
blanco y helado,
cuida que por las noches no sienta frío.
Y vuelve para contármelo amigo mío
.

Imaginemos...

Quiero que utilices tu imaginación y la percepción de tus nuevos ojos

para verte a ti mismo viviendo un sueño nuevo,

una vida en la que no sea necesario que justifiques tu existencia y

en la que seas libre para ser realmente quien eres.

Imagínate que tienes permiso para ser feliz

y para disfrutar de verdad tu vida.

Imagínate que vives libre de conflictos contigo mismo y con los demás.



Imagínate que no tienes miedo de expresar tus sueños.

Sabes qué quieres, cuándo lo quieres y qué no quieres.

Tienes libertad para cambiar tu vida y hacer que sea como tú quieras.

No temas pedir lo que necesitas,

decir que sí o decir que no a lo que sea o a quien sea.

Imagínate que vives sin miedo a ser juzgado por los demás.

Ya no te dejas llevar por lo que otras personas puedan pensar de ti.

Ya no eres responsable de la opinión de nadie.




No sientes la necesidad de controlar a nadie y nadie te controla a ti.

Imagínate que vives sin juzgar a los demás,

que los perdonas con facilidad y te desprendes de todos los juicios que sueles hacer.

No sientes la necesidad de tener razón ni de decirle a nadie que está equivocado.

Te respetas a ti mismo y a los demás, y a cambio, ellos te respetan a ti.

Imagínate que vives sin el miedo de amar y no ser correspondido.

Ya no temes que te rechacen y no sientas la necesidad de que te acepten.




Puedes decir "TE QUIERO " sin sentir vergüenza y sin justificarte.

Puedes andar por el mundo con el corazón completamente abierto

y sin el temor de que te puedan herir.

Imagínate que vives sin miedo a arriesgarte y a explorar la vida.

No temes perder nada.

No tienes miedo de estar vivo en el mundo y tampoco de morir.

Imagínate que te amas a ti mismo tal como eres.

Que amas tu cuerpo y tus emociones tal como son.

Sabes que eres perfecto tal como eres.



La razón por la que te pido que imagines todas estas cosas es porque ¡todas son posibles!

Puedes vivir en un estado de gracia, de dicha, en el suelo del cielo.

(Dr. Miguel Ruiz en "Los Cuatro Acuerdos")

Enseñanzas...




HUMILDAD...


Caminaba con mi padre,
cuando él se detuvo en una curva
y después de un pequeño silencio me preguntó:

- Además del cantar de los pájaros,
¿escuchas alguna cosa más?

Agudicé mis oídos y algunos segundos después
le respondí:

-Estoy escuchando el ruido de una carreta...


-Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.

Pregunté a mi padre:

¿Cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?

Entonces mi padre respondió:
- Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido.
Cuánto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.


Me convertí en adulto y hasta hoy, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna,
presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace".


La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas.
Y recuerden que existen personas tan pobres
que lo único que tienen es dinero.
"Nadie está más vacío, que aquel que esta lleno del Yo mismo. "Seamos lluvia serena y mansa que llega profundamente a las raíces, en silencio: nutriendo.

jueves, 17 de julio de 2008

Vuelve a empezar...

Aunque sientas el cansancio;
aunque el triunfo te abandone;
aunque un error te lastime;
aunque un negocio se quiebre;
aunque una traición te hiera;
aunque una ilusión se apague;
aunque el dolor queme los ojos;
aunque ignoren tus esfuerzos;
aunque la ingratitud sea la paga;
aunque la incomprensión corte tu risa;
aunque todo parezca nada;
¡VUELVE A EMPEZAR!



Autora: Cecilia Prezioso

Lecturas...

Los tres consejos


Una pareja de recién casados, era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa: Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna. No sé cuanto tiempo voy a estar lejos, solo te pido una cosa: Que me esperes y mientras yo esté lejos, “me seas fiel, pues yo te seré fiel a ti”.
Así, siendo joven aún, caminó muchos días, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda. El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que yo salga usted me dará el dinero que haya ganado”.

Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso. Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo: “patrón, ya quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa.” El patrón le respondió: “Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, solo que antes quiero hacerte una propuesta, ¿está bien? Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”

Él pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo: “Quiero los tres consejos”

El patrón le recordó: “Si te doy los consejos, no te doy el dinero” Y el empleado respondió:”Quiero los consejos”… El patrón entonces le aconsejó:

1. Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.

2. Nunca seas curioso de aquello que represente el mal, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.

3. Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:
”Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa”. El hombre entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa que él tanto amaba.

Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó: “¿Para donde vas?” Él le respondió: “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”. La persona le dijo entonces: “Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días” el joven contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo, entonces volvió a seguir por el camino normal. Días después supo que el atajo llevaba a una emboscada…

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, donde poder hospedarse. Pagó la tarifa por día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado con un grito aterrador.
Se levantó de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir a donde escuchó el grito.

Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado el grito y le contestó que sí lo había escuchado. El dueño de la posada le preguntó: ¿Y no sintió curiosidad? Él le contesto que no. A lo que el dueño les respondió:

”Usted es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura, grita durante la noche y cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el quintal”.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, camino y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.

Anduvo un poco más y vio que ella tenía en sus piernas, un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad.

Respiró profundo y apresuró sus pasos, cuando recordó el tercer consejo. Entonces se paró y reflexionó, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al amanecer ya con la cabeza fría, él dijo: “No voy a matar a mi esposa,
volveré con mi patrón y le pediré que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella”.

Se dirigió a la puerta de la casa y tocó… Cuando la esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente. El trató de quitársela de arriba, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo: “Yo te fui fiel y tú me traicionaste. Ella espantada le responde: “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años”. Él entonces le preguntó: “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?” Y ella le contestó: “Aquel hombre es nuestro hijo”.

Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy tiene veinte años de edad. Entonces el marido entró, abrazó a su hijo y les contó toda su historia, en cuanto su esposa preparaba la cena. Se sentaron juntos a comer el último pan.

Después de la oración de agradecimiento, con lágrimas de emoción, él partió el pan y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación.

Muchas veces creemos que los atajos “quemar etapas” nos ayudan a llegar más rápido, lo que no siempre es verdad...

Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno...

Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después falta y tardíamente nos arrepentimos...

Espero que tú, así como yo, no te olvides de estos consejos, no te olvides también de confiar (aunque tengas muchos motivos para desconfiar).

domingo, 13 de julio de 2008

Solo por Hoy

JUAN XXIII

Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.

Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto, cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie sino a mí mismo.

Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino también en este.

Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que todas las circunstancias se adapten a mis deseos.

Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

Sólo por hoy haré por lo menos una sola cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré a cabalidad, pero lo redactaré y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

Sólo por hoy creeré aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.

Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y creer en la bondad.


Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida.

TRES VIEJOS

Una mujer salió de su casa y vio a tres viejos de largas barbas sentados frente a su jardín.Ella no los conocía y les dijo: -No creo conocerlos, pero deben tener hambre. Por favor entren a mi casa para que puedan comer algo.
Ellos preguntaron: -¿Está el hombre de la casa?
-No-, respondió ella,
-No está. -Entonces no podemos entrar-, dijeron ellos.

Al atardecer, cuando el marido llegó, ella le contó lo sucedido.¡Entonces vé, diles que ya llegué e invítalos a pasar!
La mujer salió a invitar a los hombres a pasar a su casa.
-No podemos entrar a una casa los tres juntos-, explicaron los viejitos.
-¿Por qué?-, quiso saber ella.
Uno de los hombres apuntó hacia otro de sus amigos y explicó: -Su nombre es Riqueza... Luego indicó hacia el otro.
-Su nombre es Éxito... y yo me llamo Amor.
Ahora ve adentro y decidan con tu marido a cuál de nosotros tres Uds. desean invitar a vuestra casa.
La mujer entró a su casa y le contó a su marido lo que le habían dicho.

El hombre se puso feliz: -¡Qué bueno! Y ya que así es el asunto, entonces invitemos a Riqueza, dejemos que entre y llene nuestra casa de riqueza.

Su esposa no estuvo de acuerdo: -Querido..., ¿Porqué no invitamos a Éxito?

La hija del matrimonio estaba escuchando desde la otra esquina de la casa y vino corriendo con una idea: -¿No sería mejor invitar a Amor? ¡Nuestro hogar entonces estaría lleno de amor!.

-Hagamos caso del consejo de nuestra hija-, dijo el esposo a su mujer. Ve afuera e invita a Amor para que sea nuestro huésped.
La esposa salió afuera y les preguntó a los tres viejos: -¿Cuál de ustedes es Amor? Por favor, que venga para que sea nuestro invitado.Amor se puso de pie y comenzó a caminar hacia la casa.
Los otros dos también se levantaron y lo siguieron.Sorprendida, la dama les preguntó a Riqueza y Éxito: -Yo sólo invité a Amor, ¿Por qué también vienen Uds.?

Los viejos respondieron juntos: - Si hubieras invitado a Riqueza o Éxito, los otros dos habrían permanecido afuera, pero ya que invitaste a Amor, donde sea que él vaya, nosotros vamos con él. ¡Dondequiera que hay amor, hay también riqueza y éxito!

Argentina... muy al sur



Se conoce como el Viejo Expreso Patagónico al tren que une las localidades de El Maitén, Esquel e Ingeniero Jacobacci. En un comienzo, aquellas líneas férreas se poblaron con trenes destinados a transportar lana hacia Buenos Aires, capital de la Argentina. También abastecía a las poblaciones de Trevelín, Esquel y El Maitén. Luego, el mejoramiento del camino y el incremento de la velocidad de los transportes situó al tren patagónico en una situación desfavorable. Sobre la locomotora y vagones se derramó un interludio de inactividad y olvido. Pero luego, las desnudas amplitudes patagónicas quizás obraron para recibir nuevamente la visita del rechinar de los rieles y el agudo silbato de las locomotoras. Así, hoy por hoy, el Viejo Expreso Patagónico ha resurgido. Su angosta y dinámica anatomía ya no transporta insumos y mercaderías. Ahora desplaza las miradas asombradas de los turistas que atisban una parte de Patagonia desde la noble marcha del antiguo tren del sur.

escuchemos... Beatles

sábado, 12 de julio de 2008

Cortázar...

Historia verídica
[Cuento. Texto completo]

Julio Cortázar

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.

Bendicion Celta

Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento siempre esté detrás de tí y la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Y hasta que nos volvamos a encontrar,
que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano.

Que vivas por el tiempo que tú quieras,
y que siempre quieras vivir plenamente.
Recuerda siempre olvidar las cosas que te entristecieron,
pero nunca olvides recordar aquellas que te alegraron.

Recuerda siempre olvidar a los amigos que resultaron falsos,
pero nunca olvides recordar a aquellos que permanecieron fieles.
Recuerda siempre olvidar los problemas que ya pasaron,
pero nunca olvides recordar las bendiciones de cada día.

Que el día más triste de tu futuro no sea peor
que el día más feliz de tu pasado.
Que nunca caiga el techo encima tuyo y que los amigos
reunidos debajo de él nunca se vayan.
Que siempre tengas palabras cálidas en un anochecer frío,
una luna llena en una noche oscura,
y que el camino siempre se abra a tu puerta.

Que vivas cien años, con un año extra para arrepentirte!
Que el Señor te guarde en su mano, y no apriete mucho su puño.
Que tus vecinos te respeten, los problemas te abandonen,
los ángeles te protejan, y el cielo te acoja.

Y que la fortuna de las colinas irlandesas te abrace.
Que las bendiciones de San Patricio te contemplen.
Que tus bolsillos estén pesados, y tu corazón ligero.
Que la buena suerte te persiga,
y cada día y cada noche tengas muros contra el viento,
un techo para la lluvia, bebidas junto al fuego,
risas para consolarte aquellos a quienes amas cerca de tí,
y todo lo que tu corazón desee!

Que Dios esté contigo y te bendiga, que veas a los hijos de tus hijos,
que el infortunio te sea breve, y te deje rico en bendiciones.
Que no conozcas nada más que la felicidad.
Desde este día en adelante, que Dios te conceda muchos años de vida,
de seguro Él sabe que la tierra no tiene suficientes ángeles.

Un poco de poesía... Amado Nervo


Alégrate


Si eres pequeño, alégrate,

porque tu pequeñez

sirve de contraste a otros en el universo,

porque esa pequeñez

constituye la razón esencial de su grandeza;

porque para ellos ser grandes

han necesitado que tú seas pequeño,
como la montaña

para culminar necesita alzarse

entre las colinas, lomas y cerros.





Si eres grande,

alégrate, porque lo invisible

se manifestó en ti de manera más excelente;

porque eres un éxito del Artista eterno.



Si eres sano,

alégrate, porque en ti

las fuerzas de la naturaleza han llegado

a la ponderación y a la armonía.


Si eres enfermo,

alégrate, porque luchan en tu organismo

fuerzas contrarias que acaso buscan

una resultante de belleza;

porque en ti se ensaya ese divino alquimista

que se llama el Dolor.



Si eres rico,

alégrate, por toda la fuerza

que el Destino ha puesto en tus manos,

para que la derrames...


Si eres pobre,

alégrate, porque tus alas serán más ligeras;

porque la vida te sujetará menos;

porque el Padre realizará en ti

más directamente

que en el rico

el amable prodigio periódico

del pan cotidiano...



Alégrate si amas,

porque eres más semejante a Dios

que los otros.



Alégrate si eres amado,

porque hay en esto

una predestinación maravillosa.



Alégrate si eres pequeño;

alégrate si eres grande;

alégrate si tienes salud;

alégrate si la has perdido;

alégrate si eres rico, si eres pobre,
alégrate;

alégrate si te aman;

si amas, alégrate;

alégrate siempre,

siempre, siempre.


Amado Nervo



Amado Nervo, poeta mexicano, n. en Tepir, Nayarid (1870-1919), cultivador de la lírica modernista. Fué seminarista y diplomático. Escribió una obra extensa. Su poesía es diáfana, musical, y su métrica innovadora. Autor de Serenidad, Elevación, Plenitud, La amada inmóvil, El arquero divino. Escribió también narraciones cortas (El bachiller, Pascual Aguilera, etc.). - Imagen: Auguste Renoir; 'El almuerzo de los remeros' (1881). - Mont.: JMS/Caracas.

martes, 8 de julio de 2008

Una cuento infantil... Gobolino

Gobolino el gato embrujado

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Gobolino el gato aventurero...

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Gobolino el gato faldero...

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Gobolino el gato del caballero...

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Serrat canta a Machado

Cantares
(vistas de Soria)
Antonio Machado


Canciones de la Infancia...Maria Elena Walsh














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CANCION DE TOMAR EL TE


Estamos invitados a tomar el té.
La tetera es de porcelana
pero no se ve,
yo no sé por qué.


La leche tiene frío
y la abrigaré,
le pondré un sobretodo mío
largo hasta los pies,
yo no sé por qué.


Cuidado cuando beban,
se les va a caer
la nariz dentro de la taza
y eso no esta bien,
yo no sé por qué.


Detrás de una tostada
se escondió la miel,
la manteca muy enojada
la retó en inglés,
yo no sé por qué.


Mañana se lo llevan preso
a un coronel
por pinchar a la mermelada
con un alfiler,
yo no sé por qué.


Parece que el azúcar
siempre negra fue
y de un susto se puso blanca
tal como la ven,
yo no sé por qué.


Un plato timorato
se casó anteayer.
A su esposa la cafetera
la trata de usted,
yo no sé por qué.


Los pobres coladores
tienen mucha sed
porque el agua se les escapa
cada dos por tres,
yo no sé por qué.

lunes, 7 de julio de 2008

Bee Gees- MELODY (1971)

Melody fair / First of may




In The Morning




TEACH YOUR CHILDREN




Don't you ever ask them why, if they told you, you will cry,
So just look at them and sigh and know they love you.

And you, of tender years,
Can't know the fears that your elders grew by.
And so please help them with your youth,
They seek the truth before they can die.
Teach your parents well,
Their children's hell will slowly go by.
And feed them on your dreams,
The one they picks, the one you'll know by.

Don't you ever ask them why, if they told you, you will cry,
So just look at them and sigh and know they love you.......

Teach your parents well,
Their children's hell will slowly go by.
And feed them on your dreams,
The one they picks, the one you'll know by.

Don't you ever ask them why, if they told you, you will cry,
So just look at them and sigh and know they love you.......


Crosby, Stills, Nash & Young
Teach Your Children (1970)


BEE GEES. Album ODESSA

MELODY FAIR

Who is the girl with the crying face looking at millions of signs?
She knows that life is a running race,
Her face shouldn´t show any line.

Melody Fair won´t you comb your hair? You can be beautiful too.
Melody Fair , remember you´re only a woman .
Melody Fair, remember you´re only a girl. Ah...

Who is the girl at the window pane, watching the rain falling down?
Melody, life isn´t like the rain ; its just like a merry go round.

Melody Fair won´t you comb your hair? You can be beautiful too.
Melody Fair, remember you´re only a woman.
Melody Fair, remember you´re only a girl. Ah...

Who is the girl with the crying face, looking at millions of signs?
She knows that life is a running race.
Her face shouldn´t show any lines.

Melody Fair won´t you comb your hair? You can be beautiful too.
Melody Fair , remember you´re only a woman.
Melody Fair, remember you´re only a girl. Ah ...


FIRST of MAY

When I was small, and Christmas trees were tall,
we used to love while others used to play.
Don´t ask me why, but time has passed us by,
some one else moved in from far away.

[chorus]
Now we are tall, and Christmas trees are small,
and you don´t ask the time of day.
But you and I, our love will never die,
but guess we´ll cry come first of May.

The apple tree that grew for you and me,
I watched the apples falling one by one.
And I recall the moment of them all,
the day I kissed your cheek and you were mine.

[chorus]

When I was small, and Christmas trees were tall,
do do do do do do do do do...
Don´t ask me why, but time has passed us by,
some one else moved in from far away.


Fantastica pelicula!!!!

Directed by Waris Hussein
Produced by Ronald S. Kass David Puttnam
Written by Andrew Birkin Alan Parker
Starring
Jack Wild
Mark Lester
Tracy Hyde
Music by The Bee Gees
Cinematography Peter Suschitzky
Editing by John Victor Smith
Distributed by British Lion Films
Release date(s) 1971
Running time 103 min.
Country UK
Language English

Cast
• Jack Wild as Ornshaw
・ Mark Lester as Daniel
・ Tracy Hyde as Melody
・ Sheila Steafel as Mrs. Latimer
・ Keith Barron as Mr. Latimer
・ Roy Kinnear as Mr. Perkins
・ Hilda Barry as Grandma Perkins
・ Peter Walton as Fensham
・ Kay Skinner as Peggy
・ William Vanderpuye as O'Leary
・ Camille Davies as Muriel
・ Craig Marriott as Dadds
・ Billy Franks as Burgess
・ Tim Wylton as Mr. Fellows
・ June Jago as Miss Fairfax
・ Neil Hallett
・ Ken Jones as Mr. Dicks
・ Lesley Roach
・ Colin Barrie as Chambers
・ June C. Ellis as Miss Dimkins
・ James Cossins as Headmaster
・ Kate Williams as Mrs. Perkins
・ Dawn Hope as Maureen
・ John Gorman as Boys' Brigade Captain
・ Robin Hunter as George
・ Stephen Mallett
・ Ashley Knight as Stacey
・ Tracy Reed as Man and Woman in Hospital, TV Film
・ Leonard Brockwell

domingo, 6 de julio de 2008

Cuentos favoritos...

El hombrecito del azulejo


Los dos médicos cruzan el zaguán hablando en voz baja. Su juventud puede más que sus barbas y que sus levitas severas, y brilla en sus ojos claros. Uno de ellos, el doctor Ignacio Pirovano, es alto, de facciones resueltamente esculpidas. Apoya una de las manos grandes, robustas, en el hombro del otro, y comenta:
­Esta noche será la crisis.
­Sí, ­responde el doctor Eduardo Wilde­ ; hemos hecho cuanto pudimos.
­Veremos mañana. Tiene que pasar esta noche. . . Hay que esperar...
Y salen en silencio. A sus amigos del club, a sus compañeros de la Facultad, del Lazareto y del Hospital del Alto de San Telmo, les hubiera costado reconocerles, tan serios van, tan ensimismados, porque son dos hombres famosos por su buen humor, que en el primero se expresa con farsas estudiantiles y en ef segundo con chisporroteos de ironía mordaz.
Cierran la puerta de calle sin ruido y sus pasos se apagan en la noche. Detrás, en el gran patio que la luna enjalbega, la Muerte aguarda, sentada en el brocal del pozo. Ha oído el comentario y en su calavera flota una mueca que hace las veces de sonrisa. También lo oyó el hombrecito del azulejo.
El hombrecito del azulejo es un ser singular. Nació en Francia, en Desvres, departamento del Paso de Calais, y vino a Buenos Aires por equivocación. Sus manufactureros, los Fourmaintraux, no lo destinaban aquí, pero lo incluyeron por error dentro de uno de los cajones rotulados para la capital argentina, e hizo el viaje, embalado prolijamente el único distinto de los azulejos del lote. Los demás, los que ahora lo acompañan en el zócalo, son azules corno él, con dibujos geométricos estampados cuya tonalidad se deslíe hacia el blanco def centro lechoso, pero ninguno se honra con su diseño: el de un hombrecito azul, barbudo, con calzas antiguas, gorro de duende y un bastón en la mano derecha. Cuando el obrero que ornamentaba el zaguán porteño topó con él, lo dejó aparte, porque su presencia intrusa interrumpía el friso; mas luego le hizo falta un azulejo para completar y lo colocó en un extremo, junto a la historiada cancela que separa zaguán y patio, pensando que nadie lo descubriría. Y el tiempo transcurrió sin que ninguno notara que entre los baldosines había uno, disimulado por la penumbra de la galería, tan diverso. Entraban los lecheros, los pescadores, los vendedores de escobas y plumeros hechos por los indios pampas; depositaban en el suelo sus hondos canastos, y no se percataban del menudo extranjero del zócalo. Otras veces eran las señoronas de visita las que atravesaban el zaguán y tampoco lo veían, ni lo veían las chinas crinudas que pelaban la pava a la puerta aprovechando la hora en que el ama rezaba el rosario en la Iglesia de San Miguel. Hasta que un día la casa se vendió y entre sus nuevos habitantes hubo un niño, quien lo halló de inmediato.
Ese niño, ese Daniel a quien la Muerte atisba ahora desde el brocal, fue en seguida su amigo. Le apasionó el misterio del hombrecito del azulejo, de ese diminuto ser que tiene por dominio un cuadrado con diez centímetros por lado, y que sin duda vive ahí por razones muy extraordinarias y muy secretas. Le dio un nombre. Lo llamó Martinito, en recuerdo del gaucho don Martín que le regaló un petiso cuando estuvieron en la estancia de su tío materno, en Arrecifes, y que se le parece vagamente, pues lleva como él unos largos bigotes caídos y una barba en punta y hasta posee un bastón hecho con una rama de manzano.
­¡Martinito! ¡Martinito!
El niño lo llama al despertarse, y arrastra a la gata gruñona para que lo salude. Martinito es el compañero de su soledad. Daniel se acurruca en el suelo junto a él y le habla durante horas, mientras la sombra teje en el suelo la minuciosa telaraña de la cancela, recortando sus orlas y paneles y sus finos elementos vegetales, con la medialuna del montante donde hay una pequeña lira.
Martinito, agradecido a quien comparte su aislamiento, le escucha desde su silencio azul, mientras las pardas van y vienen, descalzas, por el zaguán y por el patio que en verano huele a jazmines del país y en invierno, sutilmente, al sahumerio encendido en el brasero de la sala.
Pero ahora el niño está enfermo, muy enfermo. Ya lo declararon al salir los doctores de barba rubia. Y la Muerte espera en el brocal.
El hombrecito se asoma desde su escondite y la espía. En el patio lunado, donde las macetas tienen la lividez de los espectros, y los hierros del aljibe se levantan como una extraña fuente imnóvil, la Muerte evoca las litografías del mexicano José Guadalupe Posada, ese que tantas "calaveras, ejemplos y corridos" ilustró durante la dictadura de Porfirio Díaz, pues como en ciertos dibujos macabros del mestizo está vestida como si fuera una gran señora, que por otra parte lo es.
Martinito estudia su traje negro de revuelta cola, con muchos botones y cintas, y a gorra emplumada que un moño de crespón sostiene bajo el maxilar y estudia su cráneo terrible, más pavoroso que ei de los mortales porque es la calavera de la propia Muerte y fosforece con verde resplandor. Y ve que la Muerte bosteza.
Ni un rumor se oye en la casa. E1 ama recomendó a todos que caminaran rozando apenas el suelo, como si fueran ángeles, para no despertar a Daniel, y las pardas se han reunido a rezar quedamente en el otro patio, en tanto que la señora v sus hermanas lloran con los pañuelos apretados sobre los labios, en el cuarto def enfermo, donde algún bicho zumba como si pidiera silencio, alrededor de la única lámpara encendida.
Martinito piensa que el niño, su amigo, va a morir, y le late el frágil corazón de cerámica. Ya nadie acudirá cantando a su escondite del zaguán; nadie le traerá los juguetes nuevos, para mostrárselos y que conversen con él. Quedará solo una vez más, mucho más solo ahora que sabe lo que es la ternura.
La Muerte, entretanto, balancea las piernas magras en el brocal poliédrico de mármol que ornan anclas y delfines. El hombrecito da un paso y abandona su cuadrado refugio. Va hacia el patio, pequeño peregrino azul que atraviesa los hierros de la cancela asombrada, apoyándose en el bastón. Los gatos a quienes trastorna la proximidad de la Muerte, cesan de maullar: es insólita la presencia del personaje que podría dormir en la palma de la mano de un chico; tan insólita como la de la enlutada mujer sin ojos. Allá abajo, en el pozo profundo, la gran tortuga que lo habita adivina que algo extraño sucede en la superficie,y saca la cabeza del caparazón.
La Muerte se hastía entre las enredaderas tenebrosas, mientras aguarda la hora fija en que se descalzará los mitones fúnebres para cumplir su función. Desprende el relojito que cuelga sobre su pecho fláccido y al que una guadaña sirve de minutero, mira la hora y vuelve a bostezar. Entonces advierte a sus pies al enano del azulejo, que se ha quitado el bonete y hace una reverencia de Francia.
­Madame la Mort...
A la Muerte le gusta, súbitamente, que le hablen en francés. Eso la aleja del modesto patio de una casa criolla perfumada con alhucema y benjuí; la aleja de una ciudad donde, a poco que se ande por la calle, es imposible no cruzarse con cuarteadores y con vendedores de empanadas. Porque esta Muerte, la Muerte de Daniel, no es la gran Muerte, como se pensará, la Muerte que las gobierna a todas, sino una de tantas Muertes, una Muerte de barrio, exactamente la Muerte del barrio de San Miguel en Buenos Aires, y al oírse dirigir la palabra en francés, cuando no lo esperaba, y por un caballero tan atildado, ha sentido crecer su jerarquía en el lúgubre escalafón. Es hermoso que la llamen a una así: "Madame la Mort." Eso la aproxima en el parentesco a otras Muertes mucho más ilustres, que sólo conoce de fama, y que aparecen junto al baldaquino de los reyes agonizantes, reinas ellas mismas de corona y cetro, en el momento en que los embajadores y los príncipes calculan las amarguras y las alegrías de las sucesiones históricas.
­Madame la Mort...
La Muerte se inclina, estira sus falanges y alza a Martinito. Lo deposita, sacudiéndose como un pájaro, en el brocal.
­Al fin­ reflexiona la huesuda señora ­ pasa algo distinto.
Está acostumbrada a que la reciban con espanto. A cada visita suya, los que pueden verla, los gatos, los perros, los ratones­ huyen vertiginosamente o enloquecen la cuadra con sus ladridos, sus chillidos y su agorero maullar. Los otros, los moradores del mundo secreto ­los personajes pintados en los cuadros, las estatuas de los jardines, las cabezas talladas en los muebles, los espantapájaros, las miniaturas de las porcelanas­ fingen no enterarse de su cercanía, pero enmudecen como si imaginaran que así va a desentenderse de ellos y de su permanente conspiración temerosa. Y todo, ¿por qué?, ¿porque alguien va a morir?, ¿y eso? Todos moriremos; también morirá la Muerte.
Pero esta vez no. Esta vez las cosas acontecen en forma desconcertante. El hombrecito está sonriendo en el borde del brocal, y la Muerte no ha observado hasta ahora que nadie le sonriera. Y hay más. El hombrecito sonriente se ha puesto a hablar, a hablar simplemente, naturalmente, sin énfasis, sin citas latinas, sin enrostrarle esto o aquello y, sobre todo, sin lágrimas. Y ¿qué le dice?
La Muerte consulta el reloj. Faltan cuarenta y cinco minutos.
Martinito le dice que comprende que su misión debe ser muy aburrida v que si se lo permite la divertirá, y antes que ellá le responda, descontando su respuesta afirmativa, el hombrecito se ha lanzado a referir un complicado cuento que transcurre a mil leguas de allí, allende el mar, en Desvres de Francia. Le explica que ha nacido en Desvres, en casa de los Fourmaintraux, los manufactureros de cerámica. "rue de Poitiers", y que pudo haber sido de color cobalto, o negro, o carmín oscuro, o amarillo cromo, o verde, u ocre rojo, pero que prefiere este azu] de ultramar. ¿No es cierto? N'est-ce pas? Y le confía cómo vino por error a Buenos Aires y, adelantándose a las réplicas, dando unos saltitos graciosos, le describe las gentes que transitan por el zaguán: la parda enamorada del carnicero; el mendigo que guarda una moneda de oro en la media; el boticario que ha inventado un remedio para la calvicie y que, de tanto repetir demostraciones y ensayarlo en sí mismo, perdió el escaso pelo que le quedaba; el mayoral del tranvía de los hermanos Lacroze, que escolta a la señora hasta la puerta, galantemente, "comme un gentilhomme", y luego desaparece corneteando...
La Muerte ríe con sus huesos bailoteantes y mira el reloj. Faltan treinta y tres minutos.
Martinito se alisa la barba en punta y, como Buenos Aires ya no le brinda tema y no quiere nombrar a Daniel y a la amistad que los une, por razones diplomáticas, vuelve a hablar de Desvres, del bosque trémulo de hadas, de gnomos y de vampiros, que lo circunda, y de la montaña vecina, donde hay bastiones ruinosos y merodean las hechiceras la noche del sábado. Y habla y habla. Sospecha que a esta Muerte parroquial le agradará la alusión a otras Muertes más aparatosas, sus parientas ricas, y le relata lo que sabe de las grandes Muertes que entraron en Desvres a caballo, hace siglos, armadas de pies a cabeza, al son de los curvos cuernos marciales, "bastante diferentes, n'est-ce pas, de la corneta del mayoral del tránguay", sitiando castillos e incendiando iglesias, con los normandos, con los ingleses, con los borgoñones.
Todo el patio se ha colmado de sangre y de cadáveres revestidos de cotas de malla. Hay desgarradas banderas con leopardos y flores de lis, que cuelgan de la cancela criolla; hay escudos partidos junto al brocal y yelmos rotos junto a las rejas, en el aldeano sopor de Buenos Aires, porque Martinito narra tan bien que no olvida pormenores. Además no está quieto ni un segundo, y al pintar el episodio más truculento introduce una nota imprevista, bufona, que hace reir a la Muerte del barrio de San Miguel, como cuando inventa la anécdota de ese general gordísimo, tan temido por sus soldados, que osó retar a duelo a Madame la Mort de Normandie, y la Muerte aceptó el duelo, y mientras éste se desarrollaba lla produjo un calor tan intenso que obligó a su adversario a despojarse de sus ropas una a una, hasta que los soldados vieron que su jefe era en verdad un individuo flacucho, que se rellellaba de lanas y plumas, como un almohadón enorme, para fingir su corpulencia.
La Muerte ríe como una histérica, aferrada al forjado coronamiento del aljibe.
­Y además... ­prosigue el hombrecito del azulejo.
Pero la Muerte lanza un grito tan siniestro que muchos se persignan en la ciudad, figurándose que un ave feroz revolotea entre los campanarios. Ha mirado su reloj de nuevo y ha comprobado que el plazo que el destino estableció para Daniel pasó hace cuatro minutos. De un brinco se para en la mitad del patio, y se desespera. ¡Nunca, nunca había sucedido esto, desde que presta servicios en el barrio de San Miguel! ¿Qué sucederá ahora y cómo rendirá cuentas de su imperdonable distracción? Se revuelve, iracunda, trastornando el emplumado sombrero y el moño, y corre hacia Martinito. Martinito es ágil y ha conseguido, a pesar del riesgo y merced a la ayuda de los delfines de mármol adheridos al brocal, descender al patio, y escapa como un escarabajo veloz hacia su azulejo del zaguán. La Muerte lo persigue v lo alcanza en momentos en que pretende disimularse en la monotonía del zócalo. Y lo descubre, muy orondo, apoyado en el bastón, espejeantes las calzas de caballero antiguo.
El se ha salvado­castañetean los dientes amarillos de la Muerte­, pero tú morirás por él.
Se arranca el mitón derecho y desliza la falange sobre el pequeño cuadrado, en el que se diseña una fisura que se va agrandando; la cerámica se quiebra en dos trozos que caen al suelo. La Muerte los recoge, se acerca al aljibe y los arroja en su interior, donde provocan una tos breve al agua quieta y despabilan a la vieja tortuga errnitaña. Luego se va, rabiosa, arrastrando los encajes lúgubres. Aun tiene rnucho que hacer y esta noche nadie volverá a burlarse de ella.
Los dos médicos jóvenes regresan por la mañana. En cuanto entran en la habitación de Daniel se percatan del cambio ocurrido. La enfermedad hizo crisis como presumían. El niño abre los ojos, y su madre y sus tías lloran, pero esta vez es de júbilo. El doctor Pirovano y el doctor Wilde se sientan a la cabecera del enfermo. Al rato, las señoras se han contagiado del optimismo que emana de su buen humor. Ambos son ingeniosos, ambos están desprovistos de solemnidad, a pesar de que el primero dicta la cátedra de histología y anatomía patológica y de que el segundo es profesor de medicina legal y toxicología, también en Ia Facultad de Buenos Aires. Ahora lo único que quieren es que Daniel sonría. Pirovano se acuerda del tiempo no muy lejano en que urdía chascos pintorescos, cuando era secretario del disparatado Club del Esqueleto, en la Farmacia del Cóndor de Oro, y cambiaba los letreros de las puertas, robaba los faroles de las fondas y las linternas de los serenos, echaba municiones en las orejas de los caballos de los lecheros y enseñaba insolencias a los loros. Daniel sonríe por fin y Eduardo Wilde le acaricia la frente, nostálgico, porque ha compartido es a vida de estudiantes felices, que le parece remota, soñada, irreal.
Una semana más tarde, el chico sale al patio. Alza en brazos a la gata gris y se apresura, titubeando todavía, a visitar a su amigo Martinito. Su estupor y su desconsuelo corren por la casa, al advertir la ausencia del hombrecito y que hay un hueco en el lugar del azulejo extraño. Madre y tías, criadas y cocinera, se consultan inútilmente. Nadie sabe nada. Revolucionan las habitaciones, en pos de un indicio, sin hallarlo. Daniel llora sin cesar. Se aproxima al brocal del aljibe, llorando, llorando, y logra encaramarse y asomarse a su interior. Allá dentro todo es una fresca sombra y ni siquiera se distingue a la tortuga, de modo que menos aun se ven los fragmentos del azulejo que en el fondo descansan. Lo único que el pozo le ofrece es su propia imagen, reflejada en un espejo oscuro, la imagen de un niño que llora.
El tiempo camina, remolón, y Daniel no olvida al hombrecito. Un dia vienen a Ia casa dos hombres con baldes, cepillos y escobas. Son los encargados de limpiar el pozo, y como en cada oportunidad en que cumplen su tarea, ese es día de fiesta para las pardas, a quienes deslumbra el ajetreo de los mulatos cantores que, semidesnudos, bajan a la cavidad profunda y se están ahí largo espacio, baldeando y fregando. Los muchachos de la cuadra acuden. Saben que verán a la tortuga, quien sólo entonces aparece por el patio, pesadota, perdida como un anacoreta a quien de pronto trasladaran a un palacio de losas en ajedrez. Y Daniel es el más entusiasmado, pero aIgo enturbia su alegría, pues hoy no le será dado, como el año anterior, presentar la tortuga a Martinito. En eso cavila hasta que, repentinamente, uno de los hombres grita, desde la hondura, con voz de caverna:
¡Ahí va algo, abarájenlo!
Y el chico recibe en las manos tendidas el azulejo intacto, con su hombrecito en el medio; intacto, porque si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño.


Manuel Mujica Lainez
Misteriosa Buenos Aires (1950)